Texto Beneharo Mesa 

Imagen David Ferrer

Javier Cacho (1952, Madrid) es científico, autor de diversas publicaciones sobre la exploración polar, profesor honorario y poseedor de la Medalla al Mérito Aeronáutico. Participó en la primera expedición científica española a la Antártida y lideró la base española en siete expediciones posteriores. Asimismo, ha colaborado con distintos organismos científicos y fue director de Cultura Científica en el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial. Y por si todo esto fuera poco, tiene una isla con su nombre en la Antártida: «Cacho Island», gracias a sus contribuciones y su compromiso con la ciencia.

 

¿Cómo se da este viaje, esta exploración para usted?

Fue casi como amor a primera vista. Recuerdo cuando estaba en cuarto de carrera, estudiando físicas, con la especialidad de física de la atmósfera, y el profesor un día habló del tema del ozono atmosférico, a mí me resultó tan fascinante que hice lo que nunca había hecho: acercarme a hablar con él cuando terminó la clase y preguntarle cómo podía saber o conocer más. Y él comenzó recomendarme libros, artículos científicos, y ahí ya me enganché a la investigación en el tema atmosférico y en concreto en el ozono, cuando nadie lo conocía. Años después, cuando en la Antártida apareció esa masiva destrucción que conocemos como agujero de ozono, coincidió con que España estaba montando su primera expedición científica a la Antártida. Conseguí incorporarme a ella y llegué a la Antártida para medir el agujero de ozono y estudiar ese fenómeno. Al igual que tuve un amor a primera vista con el ozono y dediqué como diez años a estudiarlo, me enamoré de aquel continente, de la forma de trabajar, de la convivencia, de la colaboración que hay entre personas y luego de la belleza y la majestuosidad de sus paisajes. Y ahí sigo, en la batalla.

¿Cómo fue su primera expedición?

La primera fue realmente…, no diría que aburrida, pero fue en barco, era una expedición básicamente escenográfica, y fue de muchos meses de duración. La que recuerdo perfectamente fue la segunda. Fui en la primavera austral, que es cuando nada más terminar el invierno se producía el agujero de ozono. Las condiciones eran muy diferentes. Recuerdo que abrieron el portón trasero de un avión militar, de esos que lanzan paracaidistas, y entró un viento helado, tan helado que yo iba con la ropa de más abrigo y me quedé congelado. Ese fue mi primer encuentro, diríamos, con la Antártida, «la real».

¿Cómo ve que surjan negacionistas respecto a diferentes temas científicos? ¿La clave es la divulgación?

Creo que eso se combate haciendo que estas personas lean, estudien y se den cuenta de la realidad. Nosotros estamos trabajando en unos experimentos, lanzando globos a la atmósfera, con cámaras fotográficas, y en cuanto estás a veinte kilómetros de altura ves la curvatura de la Tierra. Decir que la Tierra es plana es una tontería. En la Antártida, donde el aire es puro, hay mucha menos contaminación y mucho menos vapor de agua y menos aerosoles. Por eso tienes una visibilidad a cien kilómetros y puedes ver también la curvatura de la Tierra. La primera vez que fui a la Antártida lo vi. Es decir, vi un monte, una isla, con los prismáticos y dije «anda, pues no es la del mapa, porque aquí hay dos islas y aquí delante el radar marca que vamos en dirección a una isla». Entonces me quedé muy desconcertado y el capitán del barco se rio de mí porque no conté con la curvatura de la Tierra; era una isla que tenía dos picos, pero claro, por la curvatura de la Tierra yo no veía la parte baja de la isla, veía solamente los dos picos y pensé que eran dos islas. Los terraplanistas lo único que tienen que hacer es viajar un poco y se darán cuenta de que lo que dicen es una tontería. Hace falta divulgación, no digo que no, sin lugar a dudas, pero también darnos cuenta de qué es lo que estamos haciendo, ver cómo nos comportamos. Yo creo que en estos momentos todos somos conscientes del elevado consumo que hacemos, y está claro que el planeta tiene unos recursos finitos y eso hay que cambiarlo de alguna manera. Todos somos conscientes también de que estamos haciendo unos cambios en la composición de la atmósfera que están provocando esa alteración: nos llega calor cuando no debe y a la inversa con el frío.

¿Cómo es estar en la Antártida?

Me gustaría dar a conocer a los lectores la maravilla, el experimento sociológico y político que está teniendo lugar en la Antártida. Es el único lugar del planeta donde no hay fronteras, donde no hay armas. Si hay militares, es para ayudar a los científicos a que hagan su trabajo. Es el único lugar donde la razón de ir es investigar y comprobar qué es lo que está ocurriendo allí. La Antártida es el único lugar donde las naciones colaboran unas con otras. Eso es sorprendente. Que las personas seamos solidarias se puede entender, pero que las naciones colaboren desinteresadamente…, eso no se ve más que en la Antártida. Los recursos de una nación están abiertos a las otras naciones, a los otros científicos de otras naciones. En las bases antárticas puede ir cualquier científico de cualquier nación con tal de que presente un buen proyecto de investigación, nada más. Cuando yo fui jefe de la base, una de las bases que España tiene en Antártida, siempre había científicos de otros países trabajando allí con nosotros. Y yo he ido a bases de otros países a trabajar e investigar. Los recursos logísticos, como el barco para llevar a los científicos, está abierto a todos los países. En la Antártida siempre se está en disposición de ayudar a cualquiera, sea del país que sea, de la nacionalidad que sea, del idioma, cultura o religión, eso no importa nada. Es el único lugar del planeta donde no te sientes ciudadano de un país, sino que te sientes ser humano.

¿Qué hace a la Antártida un lugar tan especial?

Pues tiene muchas cosas. De entrada tiene una fauna que no estamos acostumbrados a ver; vosotros sí. En Canarias veis más ballenas, pero en general en el planeta se ven muy poquitas. Tenemos pingüinos y una gran cantidad de pájaros, leones y elefantes marinos. Hay cosas que son particulares de la Antártida. Y las ves allí o no la ves en ninguna parte, ni en el Ártico. El Ártico también tiene sus animales característicos, ojo. Por otra parte, tiene una majestuosidad y unos paisajes que son verdaderamente impactantes, que te llegan al ver esas montañas, ese hielo, porque las paredes son de una gran verticalidad y allí te encuentras unas masas gigantescas de hielo que te hacen un decorado fantástico. No digo que no haya otros sitios del planeta donde se no vea eso, pero con tal majestuosidad como en la Antártida… Es diferente.

¿Es la Antártida un continente «efímero»?

La Antártida es inmensa, tiene catorce millones de kilómetros cuadrados, es como treinta veces la superficie de la península Ibérica. Hay unas zonas donde sí se nota más el cambio climático, la disminución de los glaciares y sus retrocesos en ciertas partes. Incluso podemos dividir la Antártida en la Antártida oriental y la Antártida occidental. Una, la oriental, es como dos terceras partes de toda la Antártida y la otra es una tercera parte. Los científicos temen –tememos– que esa tercera parte, la parte pequeña de la Antártida, puede sufrir los efectos del cambio climático, mientras que las dos terceras partes, la gran parte de la Antártida, más de la mitad, es una zona que ha resistido incluso temperaturas más altas que las que se prevén con el cambio climático, con el aumento de temperatura que estamos provocando nosotros, por el aumento de gases de efecto invernadero; por el momento esa parte estará fija, constante. No se producirá un deshielo generalizado. De producirse, se produciría de forma lenta, a lo largo de siglos, de uno o dos, de una parte de la Antártida. Eso tampoco significa que se vaya a quedar «pelada». La zona periférica, que es donde yo he visitado más la Antártida, la península Antártica, ahí se notan más los efectos. De hecho, la isla a la que pusieron mi nombre se ha producido como consecuencia del cambio climático. Es muy triste, tengo que reconocerlo, que «mi isla» sea fruto del cambio climático. Formaba parte de una península más extensa. Y de repente, con el paso de los años, en un momento determinado se rompió ese puente que la unía. Desapareció el hielo como consecuencia del aumento de temperaturas, cambios en las corrientes, se rompió ese puente, esa unión. Y surgió una isla que no tenía nombre. Y en ese momento, bueno, fue cuando el programa antártico búlgaro solicitó a la máxima autoridad científica internacional que pusieran mi nombre. En ese sentido, aludieron a una serie de razones, uno no puede ponerle el nombre perro del abuelo porque es el perro de mi abuelo. Tienes que justificar razones científicas, químicas o científicas de divulgación y de apoyo y colaboración al programa antártico búlgaro, y las campañas que había hecho en la Antártida fue lo que determinó que sí aceptaran poner mi nombre a una isla pequeñita del Antártico.

¿En qué consistió su último proyecto, «Into de Aurora»?

Fue un proyecto para filmar las auroras boreales en la región ártica. Ese maravilloso espectáculo de naturaleza que no tiene lugar más que en las regiones polares. El proyecto consiste en hacer ascender con un globo unas cámaras de vídeo muy precisas, de gran sensibilidad y que penetren en la estratosfera, a treinta kilómetros de altura, para intentar captar esa maravilla de luces fantasmagóricas que bailan encima de ti. Tratamos de grabar con cuatro cámaras y por lo tanto en 360 grados para poder proyectar las imágenes, por ejemplo, en planetarios. No lo ha hecho nadie. Es extraordinariamente complicado. En el primer vuelo nos acercamos, pero los vientos movieron el globo hacia la frontera con Rusia y entramos en este juego «geopolítico». Incluso están introduciendo contaminación con los jamming, creo que lo llaman, las señales GPS. Habría venido bien la tan ansiada colaboración de la Antártida [ríe] y así Rusia no hubiese hecho nada. El segundo lanzamiento lo hicimos una semana después. Y en este caso, si bien la temperatura en superficie no era tan fría, sí lo era en altura, se acaba de romper el vórtice polar. Había entrado una masa de aire frío muy fuerte que atrapó al globo y lo lanzó doscientos o trescientos kilómetros de la zona que podíamos seguir y por desgracia penetró nuevamente en Rusia y nuevamente lo perdimos. En ciencia tienes que intentar preverlo todo y ya está. Lo único que se puede hacer es ser humilde, saber que la naturaleza impone también sus ritmos, que todo es más complicado de lo que a veces creemos los pequeños seres humanos. Habrá que volver con los esfuerzos, asegurándose todo y sabiendo que esta experiencia nos va a permitir no cometer los mismos fallos que hemos cometido y, con cierta seguridad, entre comillas, de que esta vez, la próxima, lo conseguiremos.

Dicen que a la tercera va la vencida.

Sí, yo pienso igual. Ha habido mucha ilusión de mis compañeros y mía en el proyecto y también de los patrocinadores. En España se apoya muy poco la investigación y cuando alguien la apoya, da pena no poder volver con los laureles del triunfo, porque también es triunfo de los patrocinadores. No ha podido ser, lo intentaremos otra vez. Así es la vida. Son cosas que pasan.