Texto Galo Martín Aparicio

Imagen Yasmina Pérez Molina

 En la ladera norte del donostiarra monte Urgull se encuentra el cementerio de los Ingleses, un jardín de pinos en el que los helechos, el musgo y la maleza, poco a poco, van cubriendo la fosa colectiva, las lápidas y mausoleos de unos militares y oficiales británicos que combatieron en una guerra que no era la suya. Un lugar en el que también se encuentra enterrado el mariscal de campo Manuel Gurrea y unos civiles en un panteón; la mujer y la hija del cirujano J. Callender.

Un sitio romántico. Encantador. Misterioso. Macabro. El cementerio de los Ingleses de San Sebastián es como esos jardines particulares en los que sus propietarios han dejado de podar los árboles, arrancar las malas hierbas y cortar el césped. Quizá sean perezosos. Quizá estén muertos. Nadie parece hacerse cargo de este cementerio salvo la naturaleza, empeñada en mimetizarlo con el monte Urgull. No hay granito sin musgo, ni tampoco lápidas a las que los pinos y helechos no les hagan sombra. La falta de mantenimiento y el silencio, roto por el graznido de las gaviotas, hacen del sitio un lugar misterioso y abandonado. Olvidado. Al encontrarse en un alto, visitarlo requiere un esfuerzo extra. Se asienta a los pies del castillo de la Mota y la estatua del Sagrado Corazón, en el marcial monte Urgull, custodio de lo que hoy es el casco histórico y el viejo puerto pesquero de la ciudad. Por dicho monte discurren diferentes caminos asfaltados y flanqueados por una frondosa vegetación que al abrirse regala vistas a la bahía de La Concha y el mar Cantábrico.

 

Al cementerio se puede acceder por la subida de Bardocas, que comienza en el paseo Nuevo, por el camino que sale en la plaza Zuloaga y el que hay detrás de la basílica de Santa María. Tres caminos que se juntan y se convierten en un paseo sombrío y empinado.

Los soldados de la Legión Auxiliar Británica que murieron durante la Primera Guerra Carlista, defendiendo el régimen liberal de la reina Isabel II, fueron enterrados en una fosa colectiva y en unas tumbas que se abandonaron hasta 1924. Ese año se conformó el cementerio de los Ingleses para dar acomodo a los cuerpos sin vida de aquel bando aliado en el que sus miembros no eran católicos. Un acto en el que estuvieron presentes la reina regente María Cristina y la reina Victoria Eugenia, además del alcalde de la ciudad, Juan José Prado, quien según las crónicas de la época aseguró que los restos de aquellos británicos iban a ser venerados como si fueran hijos de la patria, ya que por ella dieron su sangre.

La ausencia de flores en las lápidas y las pocas personas que visitan el cementerio son una prueba de que aquella declaración institucional se ha deshinchado. Las palabras que sí permanecen, bajo los escudos de las monarquías británica y española, son las que se inscribieron, en español e inglés, en el granito que hace parte del monumento que se eleva sobre las lápidas del cementerio: «A la memoria de los valientes soldados británicos que dieron la vida por la grandeza de su país y por la independencia y la libertad de España». Un monumento rocoso vigilado por un águila en el que hay esculturas de soldados sin cabeza y teñidos de verde. A sus pies se pueden ver la lápida de los ingenieros militares británicos coronel sir Richard Fletcher, capitán C. Rhodes, capitán G. Collier y teniente Machell; la lápida de los soldados Howard, Newman, Gates, Smith…; los mausoleos de los coroneles Tupper y Oliver de Lancey; y la lápida «A los héroes que solo Dios conoce», en honor de los soldados de los que no se sabe su nombre y apellido. A ellos hay que sumar el mausoleo del mariscal de campo Manuel Gurrea, el único militar no británico enterrado en este lugar, y el panteón de Sara y María Matilde, la esposa y la hija del cirujano J. Callender, los únicos civiles enterrados en este cementerio oculto por árboles, helechos, musgo y maleza.

Guía práctica

Hotel Arbaso

Alojado en un edificio de estilo neoclásico del siglo XIX, en la céntrica calle Hondarribia. En la fachada del hotel, de piedra de sillería, con balaustradas y arquería, se combina el tono gris de las carpinterías y el naranja de la piedra arenisca, característico de la arquitectura vernácula de principios de siglo. Habitaciones las hay desde dúplex con chimenea hasta suites con techos altos y vistas a la catedral. Las mesitas de noche que hay junto a las camas son un guiño a las piedras cilíndricas que durante siglos han levantado los denominados harri-jasotzailes. https://www.hotelarbaso.com/es/